Formentera es, sin ningún tipo de duda, un paraíso. La tranquilidad que se respira entre su gente, su filosofía mediterránea y los pequeños pueblos que se hallan, junto con la belleza de su paisaje, la convierten en una de las más queridas del mar en que se encuentra.
La más pequeña de las Pitiusas tiene, también, el puerto más pequeño de los gestionados por la Autoridad Portuaria. Aun así, se convierte en imprescindible y vital para la vida cotidiana de la isla, ya que es la única vía de entrada de mercancías y pasajeros. Por sus muelles pasan al año más de un millón de personas.
No deja de lado ninguna necesidad, y cuenta, además de unos muelles adosados a un dique de 280 metros destinados a los pasajeros y a las mercancías, con lugares de atraque para embarcaciones de ocio y pesca y una moderna estación marítima.
Historia
Los yacimientos talayóticos de la isla de Formentera inducen a pensar que esta pequeña isla disponía ya en la época prehistórica de puntos de conexión con el exterior. El paraje de la Savina contaba de cierto abrigo de los temporales y pronto se convirtió en puerto mercantil para el comercio de la sal.
La configuración actual del puerto nace de prolongaciones sucesivas del primitivo dique de escollera, de principio del siglo XX, realizadas en los últimos 40 años.